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El sueño de Dylan

El sueño de Dylan

A diferencia de sus amigos del Barrio 31 de Retiro, en Buenos Aires, Dylan Reales eligió jugar al golf y, tras ir sorteando obstáculos que desde muy chico le puso la vida, sueña con ser profesional en un tiempo no muy lejano.

Dylan nació allí hace 17 años -los cumplió el jueves pasado- y vive con su madre, su padrastro y sus cinco hermanos menores.

“Mi padre biológico lo conocí pero nunca tuve mucha relación por problemas que tuvo con las drogas, pero sí tengo buena relación con la familia, con mi tía, mi abuela, que viven acá a mitad de cuadra”, dice Dylan a Télam desde la cancha de fútbol ubicada en el acceso principal al barrio, frente a la terminal de Ómnibus de Retiro.

Un día estaba en la casa de su abuelo Julio Reales, que vive un piso más abajo, en el primero, se puso a mirar golf por televisión y se enamoró de ese deporte. Tal fue así que el abuelo le improvisó un palo de golf con maderas para que jugara en el barrio.

“Me atrajo y se dio la casualidad, porque tal vez quedaba todo en algo divertido de un nene, mirándolo, pero se dio esa posibilidad de llegar a un campo de golf y darse todo para jugar”, recuerda el adolescente.

Por ese motivo su abuelo lo llevó, con 8 años, a la escuelita gratuita de golf de menores del campo municipal de Palermo, y a los 11 años fue becado en el club José Jurado, en el barrio porteño de Lugano.

“Me fueron a buscar a Palermo, me llevaron una propuesta de becarme y me dijeron todas las posibilidades que tenía allí. Me gustó, lo hablé con mi familia, así que recibí la beca y desde entonces estoy ahí”, remarca Dylan.

Un año después, y luego de haber ganado varios torneos y jugar fuera de Buenos Aires fue contactado por gente para ayudarlo.

“Al momento de firmar el contrato empecé a tener comodidades, como llevarme y traerme del club en auto, profesores, comida, indumentaria, viajes, pero tras dos meses me recomendaron que mi abuelo no me acompañara a los entrenamientos o a los torneos porque sentían que me generaba presión y que no era buena para mí, y decidí no seguir más con ellos”, resume el jugador.

Fue entonces cuando consiguió una beca en la Asociación Argentina de Golf. “Fui un tiempo y después no pude ir más porque quedaba lejos, en Pilar, y mi abuelo se enfermó de diabetes e hipertensión y era el único que me podía llevar”, cuenta Dylan.

No obstante, como representante del club José Jurado, jugó torneos nacionales para menores de 18 años en Mendoza, Salta, Jujuy, Misiones, Entre Ríos, Córdoba y Mar del Plata, entre otros lugares, y alcanzó un hándicap de 3 hasta antes de la pandemia del coronavirus.

“El club me pagó algunos de esos viajes y el resto se juntó con la familia”, expresa el golfista, y explica: “Igualmente cuando vamos a torneos nacionales de menores de 18 años o menores de 15 años es más accesible, porque se viaja en el micro de la AAG, todos los jugadores juntos, y nos alojamos en casas de familia, que es mucho más económico, y solo hay que pagar la inscripción y algunos gastos de comida”.

Su próximo paso “es ser profesional, en tres o cuatro años”, apunta el Dylan, y añade: “Uno se siente preparado para dar el paso”.

De todos modos, es consciente de las dificultades y señala que “lo que pasa en este deporte, como en todos, es que son dos cosas muy distintas jugar bien como amateur que pasar a profesional y empezar a jugar”.

Y ejemplificó: “Tengo un conocido cercano que fue del club y que era uno de los mejores amateurs que tenía la Argentina y pintaba para ser uno de los mejores que podía pegar fuerte en los Estados Unidos. Ganó todo como amateur, se hizo profesional a los 19 años y no pegó un tiro”.

En ese sentido, el juvenil subraya que “es otra competencia, otro tipo de presión, otros rivales y otras canchas. Es un paso muy grande”.

Para llegar al circuito latinoamericano de la Asociación Profesionales de Golf (PGA) primero hay que clasificar “y es cara la inscripción”, refiere Dylan.

“Solamente para jugar en la escuela y ver si uno clasifica para conseguir la tarjeta por toda la temporada cuesta 2.500 dólares, y el que no pasa el corte no juega”, indica el juvenil.

Por eso, a la falta de igualdad de oportunidades como punto de partida, más allá de la ayuda recibida en estos años, sus allegados idearon la campaña ‘De la Villa 31 al mundo” (https://www.idea.me/proyectos/76697/de-la-villa-31-al-mundo) o en https://instagram.com/dylan.reales.golf para poder solventar su carrera.

“Al fútbol no le doy importancia. De chiquito me gustaba, pero después empecé a jugar al golf y me quedé con esto”, concluye el juvenil.

Esos chicos crecieron. Sus amigos ya no juegan al fútbol, pero Dylan sigue con su palo de golf, en busca de un sueño.

Dylan aprovecha su tiempo en el club José Jurado de Villa Lugano para enseñar ese deporte a chicos del barrio, algo que le “llena el corazón”.

“Los chiquitos están en realidad hace mucho tiempo, en el monoblock que está pegado al hoyo 15 de José Jurado. Están en la reja, pasan al campo, agarran algunas pelotas y empiezan a jugar ahí mismo”, cuenta Dylan.

“A unos amigos se les ocurrió invitarlos al club para que lo conocieran. Les enseñamos y les regalamos palos, pelotas y guantes. Estoy muy contento, me llena el corazón”, apunta el joven jugador. “Le conté mi historia a los chicos y están muy eufóricos conmigo”, agrega.

Y reseña una historia muy particular: “Yair, de 11 años, me habla siempre por Facebook y me dice que quiere ser como yo, jugar y viajar. Me contó que su padre fue caddie desde chiquito en Palermo y había fallecido. Y nos agradecía por darle la posibilidad de lo que el papá hizo de chico y me llegó al corazón”

“Ahí me puse en campaña para conseguir cosas para darle la merienda a los chicos después de que practiquen, los martes y jueves con mi amigo Matías Gramajo, uno de los mejores aficionados que tenemos en el club”, señala.

“Se armó un grupo lindo, al principio eran dos o tres y ahora son como seis o siete”, concluye, orgulloso.

Tuvo la ayuda del ex futbolista Claudio Borghi luego de que le robaran la bolsa de palos usados que le había comprado su abuelo Julio hacía poco tiempo.

“Cuando era chico me habían robado los palos, cerca de la entrada de la estación de trenes de Retiro”, recuerda Dylan a Télam.

“En ese momento jugué con palos viejos que me estaban prestando en el club y fue cuando unos amigos le contaron la historia de lo que me había pasado a un conocido del ‘Bichi’ Borghi, que estaba en el campo municipal de golf de Palermo con él”, rememora Dylan sobre el campeón del mundo en México 86, posterior entrenador y actual comentarista deportivo en medios de Santiago de Chile.

Y amplía: “Le dijeron que vivía acá en la villa y no tenía muchas posibilidades, el hombre que ni me conocía se acercó y le conté lo que había pasado, y me dieron un dinero para comprar los palos”.

“Ahí lo conocí al ‘Bichi’, es muy buena gente”, cerró Dylan sobre Borghi, criado también en una familia pobre y numerosa, con ocho hermanos, en Castelar, y conocedor de las falencias materiales que puede tener un chico.

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